Los tiempos pasados eran cosa buena, mas estos presentes son malos de veras. Esto me contaba mi difunta abuela. Todas las muchachas con los mozos eran hurañas, esquivas, como hechas de piedra. Esto me contaba mi difunta abuela. Santas eran todas, juiciosas, discretas, hasta las que hacían vida callejera. Esto me contaba mi difunta abuela. Eran las mujeres tan castas y honestas que aun siendo casadas morían doncellas. Esto me contaba mi difunta abuela. Los mancebos sólo visitaban viejas, y el día pasaban rezando en la iglesia. Esto me contaba mi difunta abuela. Y los que vendían las carnes y yerbas, ni un centavo más cargaban a cuenta. Esto me contaba mi difunta abuela. Y en los comerciantes jamás hubo quiebras, porque eran personas de ciencia y conciencia. Esto me contaba mi difunta abuela. Siempre buenos jueces había en la audiencia, porque ni un mal hombre se daba en la tierra. Esto me contaba mi difunta abuela. Pero por desdicha, tantas cosas buenas eran ya pasadas, de olvidada fecha, cuando las contaba mi difunta abuela. | –Yo no sé –decía Juan por qué motivo o razón tienes empleo, Ramón, y a mí ninguno me dan cuando soy de la facción. ¿Qué más pudiste hacer que lo que yo hice? Charlar, y mentir y calumniar, de un polo a otro correr y a todo el mundo engañar. De este modo se logró que triunfásemos al fin, y por eso Pelantrín de presidente se vio, merced a nuestro trajín. Si yo trabajé en la maldita elección, ¿por qué motivo, Ramón, sin pitanza me quedé, y medito en un rincón? –Ya puedes tú conocer– Ramón dijo a su parcial– que el tesoro nacional un costo debe tener lo que en verdad es un mal. Es imposible cumplir con todos contra el rigor de la escasez que da horror en el tesoro; es decir, que no puede ser mayor. –Bien puede ser eso así– el triste Juan contesto– pero en verdad no sé yo que eso me convenga a mi, A Baco juro que no. Si de balde trabajé en la maldita elección ireme a la oposición y quizá me vengaré en una revolución–, Y así fue, sin más ni más, como Juan echo a correr al mismo bando que ayer llamaba de Barrabás y decía aborrecer. Esto pasó en el Perú, en México, El Salvador en Chile y el Ecuador, y doquier que Belcebú hacer pudo su labor. ¿Qué tenemos qué extrañar que Juan pareciese infiel a su partido, cuando él nada podía esperar quedando firme en aquel? ¿Quién un partido siguió, o dos partidos o tres, dando continuos traspiés, sino porque en esto halló su personal interés? |