Fuentes, calles y monumentos | ||||||
Henri Dunant, el caballero del traje blanco | ||||||
Revista El Maestro, 1960. Por Luz Valle | ||||||
Segunda Parte | ||||||
Ciudad de Guatemala, mayo de 2010/Pero el destino que en la vida de Dunant se patentiza más que en la existencia de otros hombres famosos, le prepara una sorpresa que ha de torcer sus propósitos, determinando a su vida nuevos rumbos. Lo primero que hiere su corazón es el problema de la esclavitud. La descarada venta de seres humanos y el trato inicuo a los hombres de color, le sublevan y le ponen en acción como defensor de esa raza oprimida. Más que un panorama de florecientes negocios, África se presenta a su imaginación como un infierno donde los blancos han puesto en juego las mayores crueldades.
Al llegar a esta parte de su existencia, es importante estudiar de nuevo la personalidad de Dunant. El materialismo del hombre ducho en asuntos financieros choca estrepitosamente con el romanticismo de su alma que clama justicia y anhela una vida libre para los esclavos.
El medio siglo (1850-1859) marcó una época trágica para Europa. Rusia había lanzado su poderosa fuerza sobre Turquía. Las potencias occidentales no podían permitir impunemente el dominio ruso que mermaría su poder sobre las costas del Mediterráneo. Francia e Inglaterra sacudieron en ayuda de Turquía, batallones de soldados italianos fueron llevados a la muerte y en una conflagración apocalíptica, las legiones prusianas desplegaron su poderío legendario, en la guerra más sangrienta que registra la historia. Fue aquella una matanza sin nombre, ante el asombro o la indiferencia del mundo y la desolación de las esposas y las madres de millares de soldados sentenciados a sucumbir sobre tierra extraña, a la sombra de un pabellón que no era el de su patria. El trágico escenario de esa batalla dantesca en que se conjugaban el dolor, el hambre, la ambición y el terror, fue el cuadro que el destino preparaba a Dunant para afirmar las bases de lo que más tarde había de ser Cruz Roja Internacional.
¿Qué fuerzas desconocidas llevaron al caballero del traje blanco al corazón de la tragedia? ¿Qué impulso providencial puso en sus labios la frase inmortal “Todos somos hermanos”? los más ponderados comentarios de su vida y su obra se preguntan estupefactos: –¿Qué hacía allí aquel rico banquero, mezcla negociante y trabajador social que defendía con igual ahínco sus intereses personales y el bienestar de los desheredados? Y la respuesta sólo puede encontrarse reconociendo una intervención extrahumana y sintiendo la cálida presencia de la mano de Dios.
Desde la guerra de Crímea, de tan amargo recuerdo, una mujer extraordinaria, Florence Nightingale, recorría los campos de batalla auxiliando personalmente a los heridos. Los soldados la designaban con el nombre popular de “la dama de la lámpara”. Su abnegación y su angelical bondad se prodigaban, contagiando con su ejemplo a cuantos la veían. Pero ese nobel empeño no era suficiente para mover el corazón de los poderosos, obligándoles a brindar su apoyo para que, aquella obra realizada al soplo divino de la caridad cristiana tomara el aspecto de un derecho humano, para las víctimas de la aberración bélica que parecía enloquecer al mundo.
A semejanza de Florece Nightingale, Henri Dunant, comenzó a darse a conocer como el “caballero del traje blanco”, pero, este genio del altruismo, en su gigantesco plan de servir a la humanidad, no se contentaba con el resplandor de la lámpara, quería un faro de dimensiones colosales, cuya luz bañara a todos los hombres por igual, sin distinción de clases, de razas, de religión o de ideas políticas. Una institución internacional que realizara el milagro de unificar el sentimiento, con la participación de todos los pueblos, nivelando a todos los hombres, bajo su y hermoso lema: “Todos somos hermanos”.
Las amargas experiencias de Dunant en Solferino, donde la más cruda realidad transformó su ser, convirtiéndole en un infatigable defensor de los que sufren, fueron apagando en él todo pensamiento que no fuera encaminado al bien de sus semejantes. Renunciando a sus anteriores proyectos de grandeza económica, abandonando sus fabulosas empresas de África del Norte, empleando sus propios recursos en la vasta realización de sus planes, no descansó hasta ponerse en comunicación directa con los hombres de mayor influencia en los países europeos. Visitó los suntuosos palacios de reyes y emperadores, se dirigió al alto mando de los ejércitos militantes, consiguió la aprobación de una organizada asistencia médica en tiempo de guerra.
Ginebra tuvo la gloria de acoger en su seno el primer congreso convocado por un comité central, que respaldaba de manera oficial el hermoso proyecto de Dunant
La publicación de su libro “Recuerdos de Solferino”, que resonó en la Europa de un fin de siglo como un alarido de espanto, fue decisivo para acelerar el paso de la humanitaria labor cruzrrojística. Allí eran narrados los horrores de la guerra que no perdonaba ni al campesino ingenuo, ni al anciano impotente, ni a la viuda, ni al niño. El dolor de millares de hombres despiadadamente abandonados sobre un océano de sangre, estaban puestos de manifiesto en ese libro sorprendente que Henri Dunant escribió por inspiración divina, ya que según su propia expresión, la pluma era empujada por una fuerza misteriosa, que debemos reconocer como el aliento de una divinidad sobre una inmensa obra humanitaria: La Cruz Roja Internacional. | ||||||