Tercera Parte: Henri Dunant, el caballero del traje blanco
Actualizado (Martes, 25 de Mayo de 2010 15:07) Escrito por Diana Letona Martes, 25 de Mayo de 2010 15:01
Henri Dunant, el caballero del traje blanco: Segunda Parte
El anciano de larga barba blanca, que se asemeja a un profeta bíblico, con su ancha frente y sus penetrantes y vivaces ojos, se durmió para siempre a los 82 años, en su suelo natal...
Fuentes, calles y monumentos | ||||
Henri Dunant, el caballero del traje blanco | ||||
Revista El Maestro, 1960. Por Luz Valle | ||||
Tercera Parte | ||||
Ciudad de Guatemala, mayo de 2010/Henri Dunant vivió en una época de grandes transformaciones sociales, económicas, políticas, artísticas e industriales. El siglo XIX con su caudalosa corriente de hombres ilustres, de genios, sabios e intelectuales, cuenta entre sus glorias, la enorme personalidad de Dunant. Es posible que el intenso movimiento bélico y la revolución intelectual, favorecieron los proyectos humanitarios de Dunant. Al comenzar su vida y su obra, surge la pregunta siguiente ¿Hubiera sido posible la realización de tan vasta obra, en esta época que no fuera la de escritores como Emílio Zolá, Alfonso de Lamartine, Víctor Hubo y Tolstoi?
El mundo vio hacia la mitad del siglo XIX la más deslumbrante pléyade intelectual. La lectura de “Los miserables” preparaba el campo para la fecunda labor altruista. Los novelistas comenzaban a quitar los oropeles a la milicia, depositando su horror y miseria en los campos de batalla y una mujer ilustre, Bertha Von Suttner conmovía al mundo con su libro “Abajo las armas”. Se piensa y con razón que Dunant, recibió el reflejo de estas grandes manifestaciones de protesta ante el dolor humano y que ellas contribuyeron a lograr el impulso inicial de la poderosa máquina del altruismo organizado, como su creador lo soñaba desde un principio.
Es natural que tras una intensa y gigantesca lucha, contra la incomprensión, la tiranía y el egoísmo, tras un cuarto de siglo de trabajar intensamente demandando justicia para los desvalidos, el espíritu de Henri Dunant vacilará antes sus antiguas convicciones. Su actitud de los últimos años, un tanto medrosa y reservada, tiene una clara explicación y debe estimarse como el resultado lógico de su cansancio físico y su desolación espiritual. ¡No hay amigos! En su afán de buscar el bien de los demás no ha pensado en formarse una familia y sus manos empiezan a temblar no encuentran un pecho generoso donde apoyarse.
La aparatosa quiebra a que se precipita por el abandono de sus empresas, le conmueve, pero no derrota su espíritu. Ha aprendido a sufrir, viendo el sufrimiento de los demás, y va a refugiarse al cuarto blanco de un asilo de pobres, donde encuentra descanso, silencio y una modesta atención que se le brinda con piedad y cariño.
En 1901 recibe el máximo honor el Premio Nobel de la Paz. La entrega le conmueve, porque al fin se ha comprendido que él es en todo un pacifista. Sus mayores empeños persiguieron ese fin que no fue bien interpretado por los ambiciosos monarcas de su tiempo.
El anciano de larga barba blanca, que se asemeja a un profeta bíblico, con su ancha frente y sus penetrantes y vivaces ojos, se durmió para siempre a los 82 años, en su suelo natal: tenía el aspecto de un santo, dormido en su estrecha cama, la apariencia de un justo, a quien le sobran todas las grandezas terrenales.
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